“Él”
(I)
Aspiro la mańana; mi sueńo terminó. Sigo recostada sobre la cama; una cama demasiado grande. Las sábanas delinean mi cuerpo y me doy cuenta de cómo soy ahora más pequeńa que ayer.
Parece que estoy en mi habitación, aunque jamás he estado aquí antes. El mobiliario es de madera. El aroma ańejo se cuela por las ventanas y la vieja puerta que da al pasillo del zaguán, atacada por las polillas, cruje al ritmo de aquellos pequeńos residentes, que se dan un festín. Me contagio de un sentimiento viejo; el que hueles cuando llegas a casa de tus abuelos. Olor a ruda y antańo.
Me familiarizo con el lugar. Olvido que este no es mi cuerpo. Las ventanas, abiertas en su totalidad, dejan entrar la luz matutina. Hay un sol radiante, resplandeciente, tan resplandeciente que provoca temor. De pronto el día se nubla. Alguna nube negra cubrió la mańana. Desvío la mirada un momento y aprecio el lugar: es un poco oscuro, por lo que no alcanzo a distinguir todas las formas que existen en los rincones. Hay un tocador de una madera oscura y una línea dorada contornea cada cajón, cada esquina; el espejo, con un toque antiguo, transporta a épocas infinitas. Frente al tocador está la puerta de lo que imagino es el bańo. Está entreabierta, la luz solo revela un color café oscuro, razón por la que mi vista se nubla en cada rincón del cuarto.
Vuelvo hacia las ventanas de cortinas ondeantes, que me invitan a apreciar de cerca el paisaje. El destello del sol se asoma curioso. Camino a la ventana, pero lo corto de mis piernas no me deja alcanzar el borde. Acerco un banco y puedo ver entonces el paisaje. El suelo de pasto es verde sueńo y en el cielo el sol es enorme; tiene el color del infierno.
Entonces anochece repentinamente. Mi estómago se encoge. La luna se roba la mańana. La sangre corre acelerada por mi cuerpo, tengo una revolución en mis entrańas. Examino la casa buscando algo; hay un balcón en la habitación contigua y en la que está sobre la mía. Veo una luz, como un rayo de un proyector de cine. Alguien dirige esa luz al cielo. Parece mostrarse una escena a las estrellas.
Asomo mi cabeza por la ventana, alguien me observa. No logro ver su cara, sólo el perfil que recorta su sombra. Un aire ardiente corre por mi cuerpo, por mis venas, por mis ojos. Alguien baja las escaleras. Se dirige hacia mi. Tengo que correr. Tengo que salir. Bajo escaleras de madera antigua, piso un escalón y escucho el dolor de sus ańos. El sonido me detiene, me amarra.
Salgo de la casa, me alejo unos metros más. Nadie me persigue, sólo su mirada, que me observa desde la puerta.
La mańana ha vuelto.
Me alejo. Mientras me alejo, anochece. Todo está oscuro y tropiezo. La mańana vuelve pronto y me quema. Y mientras me alejo, mi cuerpo va creciendo. Mis días son de cinco minutos. Mis noches son de cinco minutos.
Sigo caminando. Busco algo, sin saber qué exactamente. Quiero salir de aquí. Todo parece falso.
Otra vez anochece y aparecen nubes negras. Están barridas hasta la tierra, el perfil de los cerros desaparecen. El cielo comienza a quebrarse. El viento me atropella. Me embruja. Entonces Él aparece. No sé quién es, pero quiero huir de Él, tampoco sé porqué. Está parado frente a mi. Su rostro es blanco, sin expresión, su mirada gris, su faz dura, su sombra más oscura que una noche, sus labios delgados, sus manos gruesas, su gran nariz afilada y bella, tan bella que causa miedo por su perfección... maligna. Sus ojos se irritan. Mi corazón quiere huir de mi.
“No corras”, me dijo. Me paraliza su voz. “żQué buscas?” No sé. “żQué haces aquí?” No sé. “żBuscabas Fe?” No sé. “Te la puedo regalar”. No sé qué busco. “Envejeces pronto”. Lo estoy notando. “żNo la quieres?” żA quién? “La Fe”. No busco eso. “Por eso estás aquí”. Lo observo.
Se marcha y las nubes se van con Él.
Amanece. Sigo caminando. Sigo buscando algo que no sé si existe. Sigo creciendo. Después de tantos días, me canso de andar. Encuentro un viejo árbol con pocas hojas. Me cobijo con su sombra.
Quiero dormir para despertarme.
(II)
Me asalta la mańana. No sé cuántos días han pasado. Todo sigue siendo real. Los ańos me siguen invadiendo. Tengo hambre. El árbol viejo ha dado manzanas, tomo una, tiene un sabor a naranja putrefacta, pero aún así me la como. Reinicio mi caminata. Voy sobre arena desértica, luego pasto seco, luego humedad, luego arena desértica.
Y anochece. Y amanece. Y anochece. Y amanece.
Y anochece. Volteo hacia atrás. “Qué tal dormiste? Yo no pude”. Él me ha estado siguiendo. żQué? Le contesto. “żQué qué tal dormiste?” żMe has estado siguiendo?. “No żtú a mi?”.No. “żTe gustó la manzana?” żPorqué me sigues? “El sabor que tiene la manzana, es el sabor de tu alma żrico, no?”. Lo ignoro. Vuelvo a caminar, alejándome de El. “żY la Fe?, żno la quieres?”, gritaba. No contesté. Seguí mi camino.
Anochece. Amanece. Anochece. Amanece.
Sigo caminando. Encuentro una cerca vieja. La brinco.
Y salí
No sé de dónde, ni a dónde llegué, atravieso un terreno seco y muy lejos alcanzo a ver una casa. Me voy acercando. Estoy atrás de ella. La rodeo y encuentro la puerta. Es un edificio grande y casi en ruinas, pero hay alguien que lo habita. Tiene balcones en algunas habitaciones. En uno de ellos, hay una nińa asomando su cabeza. Un balcón más arriba está un seńor observándola, mientras presenta una escena a las estrellas.
(III)
Me voy acercando. Estoy atrás de la casa. La rodeo, encuentro la puerta y entro. Es una casa grande y casi en ruinas, pero hay alguien que la habita. El mobiliario es todo de madera, atacado por polillas. Encuentro escaleras y las subo, crujen en cada movimiento. Encuentro una habitación. Hay una cama grande. Me acuesto y me quedo tendida.
Aspiro la mańana; mi sueńo terminó. Sigo recostada sobre la cama; una cama demasiado grande. Las sábanas delinean mi cuerpo y me doy cuenta de cómo soy ahora más pequeńa que ayer.
viernes, mayo 07, 2004
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