Compro un alma y una sombra

Mi alma tiene la cara desfigurada. No duerme y no bebe. Come pasto e ilusiones rotas. Casi nunca la veo, pero cuando lo hago, me escupe perros a los ojos. Huele a gato viejo sin pelo, a rata blanca sin piel. Ya no puede ver el sol, porque se congela. Dice que el infierno está en la cabeza y el cielo en los zapatos. Cuando respira, le da tos. No está vieja, pero se está llenando de gusanos y libélulas. En los ojos tiene dedos de luz negra. Al caminar, deja un rastro de polvo blanco, así como la baba que deja el caracol.
Una vez le toqué el ombligo (porque las almas si tienen ombligo) y se convirtió en un monstruo de colores con lenguas en los oídos, por donde lanzaba letras, blasfemias y caracteres: &%$)=”)(/&#.
Es amarga, y dice que el escritor es una larva de mosca que se pudre si se toca.

Mi sombra no habla, solo fuma árboles de conciencia, no bebe, no ríe y se muere cuando el sol crea la noche. En ocasiones, no me aguanta más y me abandona algunos días, entonces platico con mi alma, pero no nos entendemos. Dice que el poeta no ama y no vive, que es sólo un seductor calvo y enfermo de la razón.
Por eso no me gusta verla. Además, su voz está vieja y seca, no me gusta escucharla. Dice que cuando escribo, me convierto en animal de letras y espirales. A veces va gritando que nadie se acerque a mi, que porque tengo víboras en vez de brazos y que si se acercan les voy a envenenar con mi dulce amargura.
A veces le susurra a mi sombra “ella debería de estar siempre sola y vivir en un cerro tragando pura hierba, mi olor a rata blanca en formol y sin piel, le llega a todos los que se le acercan”. Ha de creer que no la escucho. Por eso casi no le hablo, ni la frecuento mucho. Si me acerco a ella, se juntan nuestros olores.

Yo debería de vivir sin alma y sin sombra, o comprarme unas nuevas. A estas ya las envenené con mi dulce amargura y ahora están llenas de tristeza cigarra. Además, ensucian todo lo que ven con el polvo blanco que nunca les sacudí.