martes, septiembre 21, 2004

Ya cuando volteé tenía la cara derretida y el cráneo era arrastrado en polvo por el aire. Y esa masa encefálica ?que nunca tuvo- ya no estaba. No me atrevo ni a llamarla pobrecilla. Vivía con un gato de tres pies y un se?or sin dientes.

*

Una ma?ana despertó siendo ni?a, y los minutos de esa misma ma?ana se contaban con los dedos de una mano, envejeció hasta encontrarse con el gato de tres patas; le puso una al tiempo y este tropezó, estancándose en los zapatos del se?or, que antes, sí, tenía dientes.

Para ese entonces la luna se escurría por la ventana, se mezclaba en los cuerpos y les envenenaba con mercurio la sangre negra. Yo observaba desde la ventana. No, no soy vouyerista, no es que me guste serlo. Mi padre me ense?ó a observar la vida. Con el tiempo descubrí cómo nace la existencia y me incliné por observar su creación, solamente es eso.

Se fundían sus pieles como la cera, con sus cuerpos hacían marionetas, con las manos malabares, con las piernas nudos, con los ojos sombras. Sus labios bailan en la película que les envuelve y las lenguas aspiraban sus sabores.
(Continuará)

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